Ni Ferrari ni Bugatti: el auto más caro de la historia que nunca circuló por las calles

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El vehículo más caro de la historia no es un superdeportivo europeo, sino el Lunar Roving Vehicle (LRV), conocido como “rover lunar”, fabricado en 1971 por Boeing y Delco Electronics para la NASA. Este vehículo fue diseñado exclusivamente para desplazarse por la superficie de la Luna y, además, tenía una velocidad máxima de apenas 18 km/h, aunque nunca superó los 17.

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Su costo de fabricación fue de US$38 millones de la época, cifra que, ajustada por inflación, equivaldría hoy a unos US$270 millones. De acuerdo al portal Xataka, el LRV fue construido para las misiones Apolo 15, 16 y 17, las últimas expediciones tripuladas al satélite natural de la Tierra.

Su propósito era ampliar el rango de exploración de los astronautas sobre terrenos rocosos y polvorientos, facilitando el transporte de equipos científicos y muestras geológicas.

El Lunar Roving Vehicle equipa un motor eléctrico

Concebido para operar en un entorno extremo, el rover lunar incorporaba tecnología pionera: empleaba motores eléctricos de 0,25 caballos de fuerza en cada rueda, utilizaba baterías de óxido de plata y contaba con un chasis de aluminio ultraligero capaz de soportar temperaturas extremas y baja gravedad. Estas tecnologías son comunes hoy en día, pero en aquel momento representaban una proeza de la ingeniería.

Medía 3 metros de largo, pesaba 210 kg en la Tierra (aunque solo 35 kilos en la Luna debido a la gravedad reducida) y podía cargar hasta 490 kilos de material adicional. Pese a su apariencia sencilla, su diseño fue un hito de la ingeniería aeroespacial.

El auto tenía un peso total de 210 kg

La velocidad máxima del LRV, de 18 km/h, era suficiente para las exigencias de la superficie lunar, donde los suelos irregulares y los riesgos de vuelco hacían inviable un desplazamiento rápido. Además, su control manual y dirección en ambos ejes garantizaban mayor maniobrabilidad en terrenos impredecibles.

Durante las misiones Apolo, los rovers recorrieron distancias de hasta 35 kilómetros, permitiendo a los astronautas explorar zonas mucho más alejadas de sus módulos de aterrizaje. Cada unidad era ensamblada para ser utilizada una sola vez, dado que quedaban abandonadas en la superficie lunar al finalizar las expediciones.

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