Las increíbles obsesiones y certeras precauciones del doctor Bilardo en los sorteos de los Mundiales 86 y 90

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Lejos de acallarse, las voces del inconformismo se elevaban cada vez más. La angustiosa clasificación frente a Perú en cancha de River ya había quedado atrás, con una actuación que dejó muchos más interrogantes que certezas. Pero lo que aún flotaba en el ambiente futbolero, eran los dos amistosos frente a México, un mes antes, donde la tarea fue decepcionante. No había demasiado para ilusionarse, cuando llegó el domingo 15 de diciembre de 1985, el día señalado para el sorteo del Mundial de México, donde a la par de las bolillas, se movía un Carlos Salvador Bilardo 100% auténtico.

El Doctor. Un personaje irrepetible. Un técnico de elite absoluta. Dejó su huella y barnizó de celeste y blanco cada segundo de su vida entre 1983 y 1990. Las críticas arreciaban en aquellas febriles horas, las de su histórica participación en Polémica en el fútbol, en un video que, por suerte, alguien desempolvó del olvido hace pocos años.

Bilardo hablando con Enzo Bearzot durante el sorteo del Mundial de México

La FIFA había determinado que los seis cabezas de serie serían los cuatro primeros de España ’82: Italia – Alemania – Polonia y Francia, más México, como país organizador. Y Brasil… por ser Brasil y su tradición en esta competencia. Argentina debería esperar ubicada en el bombo 2, junto con Uruguay, Paraguay (para evitar el cruce inicial entre sudamericanos), España, Inglaterra y Unión Soviética.

El doctor tenía en su cabeza varias ideas, aunque no sabía en qué sede podía caer. Su temor se centraba en tener que estar en Monterrey, por el intenso calor y porque tiene poca altura, hecho que podía ser perjudicial al tener que ir luego al Distrito Federal. Una de sus ciudades predilectas en la previa era León, hacia donde viajó el viernes 13, para revisar algunos alojamientos.

Carlos Bilardo y Diego Maradona en el Mundial 86

Amante de la organización como pocos, ya estaba dispuesto para una jugada maestra. Tenía un amigo/contacto/referente en cada una de las posibles ciudades, con una indicación precisa, para reservar el lugar de concentración. Pero lo hizo a su estilo, llamándolos en forma permanente en las horas previas, para recordarles los pasos a seguir.

Enzo Trossero era jugador del Toluca y su misión estaba allí, lo mismo que Jorge Paolino en Monterrey, Antonio Battaglia en León y la dupla de Eduardo Cremasco con el Zurdo López en la capital, ya que éste último, era el entrenador del América, el club más popular del país azteca.

El Narigón atravesaba uno de sus peores momentos desde que había asumido, en marzo del ’83. Nunca tuvo demasiada aceptación en el hincha en general, pero varios factores se habían conjugado al mismo tiempo: la agónica clasificación, algunos reclamos sobre futbolistas que él mantenía y eran resistidos, un modo de juego alejado de lo que -muchos sostenían- era la tradición de nuestro fútbol, estilo al que adherían Argentinos Juniors, flamante campeón de la Copa Libertadores e Independiente.

Bilardo llegó a México criticado y se fue campeón del Mundo

En medio de ese panorama, en el mes de noviembre, la selección disputó dos amistosos ante México, con un saldo pobrísimo. Fueron dos empates 1-1, que no dejaron casi nada positivo para el público que lo siguió por televisión. En el segundo, disputado en el estadio Azteca, se dieron dos particularidades. La primera fue que actuaron juntos desde que el comienzo Diego Maradona, Ricardo Bochini y Claudio Borghi. Pese a ellos, la cuota de buen juego casi no existió. Y la segunda fue que conformó la última línea con tres defensores.

Eso llamó mucho la atención y, como la tarea fue deficiente, se le cayó al doctor con durísimas críticas. Una semana antes de viajar al sorteo, en una entrevista, se defendió con una postura a la que el tiempo le daría la razón: “Hay que reconocer que fuimos afuera, probamos y nos dio resultado. Acá no hay ningún equipo que lo haga. Entonces hay que preguntarse: ‘¿Qué estará carburando este tipo?’. Algo está planeando. En el Mundial, todos van a jugar con dos puntas que se van a mover por el frente de ataque. Entonces, la idea es esperarlos con uno libre y dos que salgan a buscar”. La tenía clara el hombre. Seis meses más tarde, sería campeón del mundo con la táctica 3-5-2 que trajo una gran innovación.

Diego y la Copa. La alegría por el título en el Estadio Azteca (Foto EFE)

Pero hay que volver el tiempo atrás. Situarnos en el caluroso domingo 15 de diciembre del ’85, en los estudios de Televisa, la mayor cadena de TV del país azteca, donde comenzaba a jugarse la suerte de los 24 participantes. Las bolillas dieron el veredicto y Argentina cayó en una zona donde tendría un partido en Puebla (Italia) y dos en el D. F. (Corea del Sur y Bulgaria). La capital mexicana era una de las densamente pobladas y su tránsito se había convertido en un infierno, por lo que los planteles, debían perder muchas horas para trasladarse del hotel de concentración a los lugares de práctica.

Solo había un sitio diferente, que tenía todas las comodidades, como lo eran las canchas de fútbol y el alojamiento en el mismo ámbito. Era el campo de deportes de club América. No había terminado el sorteo, que ya Argentina se lo había asegurado, por la anticipación de Bilardo. En su autobiografía, así lo recordó: “Cerramos con Julio Grondona el acuerdo con el club América, que incluía la construcción de cuatro habitaciones más en un sector algo alejado del edificio principal, porque la delegación que levaríamos sería más numerosa que la que se concentraba habitualmente allí. Los nuevos cuartos se erigieron con tabiques de madera. La habitación que ocuparon Passarella y Brown tenía una parrilla adentro, porque esa edificación se alzó donde había una especie de quincho. La mía había sido parte de un pasillo”.

El primer paso, organizativo, se había dado con la precisión de un cirujano. Luego llegaría el momento de jugar. Las dos giras previas desarrolladas en el ‘86, mantuvieron y potenciaron las preocupaciones. Bilardo repetía que necesitaba estar con sus 22 jugadores un mes encerrado en el predio del América y que luego se verían los resultados. Ellos fueron grandes actuaciones, un Maradona que agotó todos los adjetivos y la copa del mundo nuevamente en casa.

La dupla Bilardo-Maradona, esta vez en Italia 90 (Foto Patrick HERTZOG / AFP)

Para el sorteo de Italia ’90 la historia fue diferente para Argentina. Allí también hubo polémicas con respecto a la conformación de los seis cabezas de serie, pero nuestra selección estaba fuera de discusión como campeón defensor. También contaba con la ventaja de elegir donde iba a ser su ciudad sede y allí no había ninguna duda. En Nápoles seríamos casi tan locales como en cualquier estadio de la geografía nacional.

La preparación de Italia para organizar el campeonato de 1990 fue fabulosa. Trabajó durante años para tener una infraestructura de primer nivel. Se llevó a cabo en el Palazzo dello sport de Roma, en lo que fue considerado una de las ceremonias más imponentes de todos los tiempos. Sophia Loren fue una de las conductoras y el tenor Luciano Pavarotti engalanó la fiesta con su voz incomparable. Los seis países campeones del mundo hasta el momento estuvieron representados por una figura, en algunos casos, todavía vigente: Pelé (Brasil), Bobby Moore (Inglaterra), Karl-Heinz Rummenigge (Alemania Federal), Daniel Passarella (Argentina), Bruno Conti (Italia) y Rubén Sosa (Uruguay). Un detalle que pasó casi inadvertido en nuestra tierra fue que, en la ceremonia, Edoardo Bennato y Gianna Nannini entonaron la canción oficial. Esa misma que sigue siendo un símbolo eterno de hazañas celestes y blancas.

Nuevamente el doctor Bilardo, que estaba más sapiente que cuatro años atrás, pero también más acelerado, fue aceitando el sistema, para no dejar nada en el azar, como lo recordó: “Cuando a fines del ’89 se realizó el sorteo del Mundial de Italia, armé una estructura similar a la que había utilizado en México, aunque más acotada porque éramos cabeza de serie y teníamos prioridad para elegir la ciudad base. Quería asegurarme un predio de primer nivel que me permitiera desarrollar una adecuada concentración. Lo primero que pregunté fue donde se iba a jugar la final. Cuando confirmaron que sería en Roma, dije: ‘Ahí tiene que ser’. Optamos por el campo deportivo del club Roma, situado en Trigoria, una localidad de las afueras de la capital, muy similar al de América de México. El complejo tenía varias canchas de fútbol y una concentración más amplia que la azteca, por lo que no fue necesario construir nuevas habitaciones”.

En Italia 90 Argentina, de la mano de Bilardo, volvió a llegar a la final, pero no pudo repetir el título

El sorteo se desarrolló el sábado 9 de diciembre de 1989. Para los argentinos, pareció benévolo (Camerún – Unión Soviética – Rumania), sin suponer lo que se sufriría para poder pasar de ronda. En los análisis previos, la lucha sería con los soviéticos por el primer puesto, ya que era un equipo que venía actuando junto desde hacía varios años y había salido subcampeón de la Euro ’88. Todos los cálculos se derrumbaron, cuando ellos cayeron en la jornada inaugural con Rumania y los hombres de Bilardo con la selección africana.

A partir de allí, todas fueron finales. Con mucho corazón y suerte, a despecho del buen juego y con un Maradona maltrecho, Argentina fue avanzando, dejando atrás rivales y contratiempos físicos, de acumulación de tarjetas y de una actuación que se instaló en las antípodas de lo acaecido en México cuatro años atrás.

Carlos Bilardo, sagaz, intuitivo, metódico y obsesivo hasta el paroxismo, tenía todo bajo control en la previa de ambos sorteos. Las bolillas giraron e hicieron lo suyo, pero el doctor, ya tenía sus precauciones, como instinto de conservación futbolera. Y le dio resultado. Son varios los que sostienen que Argentina comenzó a edificar su inolvidable gesta de México ’86 con aquella jugada de anticipación, consiguiendo la mejor concentración. Puede ser discutible, pero está muy cerca de la verdad.

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