A 50 años del histórico récord del Gringo Scotta: superó la marca de Erico en La Bombonera, pero terminó en una comisaría

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Scotta y su

La paternidad estaba ahí. Nuevamente al acecho. San Lorenzo había tomado como costumbre ganarle a Boca en La Bombonera y aquel domingo 23 de noviembre de 1975, la función podía representarse otra vez. Quedaba apenas una fecha para concluir la fase de grupos del Nacional. El cuadro local solo tenía la chance de ganar y esperar otros resultados para soñar con la clasificación. El Ciclón necesitaba un punto para sellar el pasaporte a la rueda final. Y contaba como arma letal con los goles del Gringo Scotta, ese mortífero delantero que venía pulverizando marcas a lo largo de toda la temporada, a despecho de un equipo que no tenía un gran rendimiento.

El récord de Scotta. Pasaron 50 años y continúa allí, erguido, firme, imbatible. Ahora resulta inimaginable que un futbolista pueda convertir 60 goles en una temporada en nuestro fútbol. Pero el Gringo lo logró. Fecha a fecha, los estadígrafos, que eran verdaderos orfebres en los tiempos sin computadoras, tenían que revisar sus papeles para poner en contexto la situación.

Héctor Horacio Scotta había sido el máximo artillero del Metropolitano con 32 tantos. Al momento de ir a La Bombonera, también lideraba la tabla en el Nacional, con la impactante cifra de 14 conquistas en 11 partidos disputados. La suma daba 46 goles y estaba solo a uno del récord, histórico y legendario, que había sellado el paraguayo Arsenio Erico con la camiseta de Independiente, en la lejanía de 1937.

Una Bombonera ardiente. Más por la temperatura ambiente que por el clima propio de la gente. El hincha de Boca estaba desencantado. El equipo, dirigido por Rogelio Domínguez desde 1973, era un canto al lirismo, al toque delicado y prolijo de la pelota, casi como una religión. Un joven Marcelo Trobbiani le daba esa pulcritud anhelada en el inicio de los ataques, secundado por el Chino Benítez y el talento de Osvaldo Potente. Arriba, siempre tres delanteros: Ponce, García Cambón y Ferrero. Daba espectáculo, pero también demasiadas ventajas por quedar muchas veces descompensado.

La tapa de El Gráfico, con Erico y Scotta juntos. Luego, la foto trajo algunos inconvenientes...

En esos tres años, había sido protagonista de casi todos los torneos. Pero el resultado final era siempre el mismo: los campeones eran otros. Y aquella tarde, frente a San Lorenzo, con las esperanzas en el abismo, a punto de derrumbarse, contaba con varias bajas de los habituales titulares. Igual, ni el más pesimista podía suponer lo que se iba a vivir.

El Gringo Scotta tiene una gran memoria para evocar las mejores pinceladas de su carrera y, por supuesto, aquella jornada del ‘75: “Antes del partido todos me decían que si hacía dos goles lo pasaba a Erico, a lo que yo les respondía: ‘¿Como querés que los meta en esta cancha? (risas), me las voy a tener que rebuscar’. Aparte, en esos años, Boca tenía una defensa durísima, integrada por Pernía, Nicolau, Rogel y Tarantini. El tema es que se me dio. El primero fue de tiro libre apenas comenzado el partido, cuando Biasutto estaba armando la barrera. Le dije al árbitro Arturo Ithurralde que no quería que me contara los pasos para la distancia, a lo que me contestó: ‘Bueno, entonces, pateá’. Saqué un tiro muy fuerte que se metió abajo. Los muchachos de Boca le protestaron, pero la cosa ya estaba 1-0”.

¿Cuántos minutos iban? Apenas uno y medio. La paternidad otra vez se instalaba en La Bombonera, para delirio del colmada popular visitante. Scotta igualaba la línea de Erico, esa marca inalcanzable, que flameaba entre las leyendas del fútbol argentino desde hacía 38 años. El Ciclón soplaba en el aire que mejor le sentaba, a orillas del Riachuelo. Esa ventaja tranquilizó a sus jugadores y desesperó, aún más, a los locales. Premici colocó el 2-0 a los 22, descontó Abel Alves, pero a la media hora Alberto Beltrán puso el 3-1.

Los relojes marcaban 34 minutos del primer tiempo. San Lorenzo era más en el score, que en el campo de juego, donde las acciones eran parejas. Allí, llegó el momento sublime de la tarde, cuando Scotta inscribió su apellido en la historia. “El segundo fue desde casi 30 metros y de zurda… Es cierto que la agarré bien, pero yo pegarle de zurda… Era raro. Estaba con confianza. Se le metió a Biasutto al lado de su poste derecho, fue un lindo gol”.

El primer gol de Scotta, con el que alcanzó a Erico

El salto alborozado del Gringo. El revuelo de sus compañeros en derredor suyo, una postal repetida en la temporada ‘75. Los brazos en alto, la cabellera rubia al viento y la camiseta de San Lorenzo, todavía con botones blancos, como no queriendo actualizar la indumentaria a los tiempos que ya estaban asomando.

Llegó el pitazo del árbitro Iturralde, marcando el final del primer tiempo, con el estruendoso y desmesurado 5-1. No existió semejante distancia entre ambos equipos, pero los goles no se discuten, y mucho menos lo de Scotta en la angelada temporada. Luego, la reacción de Boca, más por orgullo y vergüenza, que por méritos deportivos. Marcó dos tantos para decorar la placa final de 3-5 en una tarde que iba a quedar en el recuerdo.

Todas las cámaras y flashes se fueron detrás de él. La clasificación de San Lorenzo y la eliminación de Boca, parecían quedar en un segundo plano. Scotta lo ocupaba todo: “Recuerdo que Guillermo Nimo me criticaba mucho, me daba en todos los programas y ese día se apareció por el vestuario al terminar el partido. Yo estaba charlando con Valiño, que era el presidente del club, y él se acercó a saludar. A los dos segundos llegó mi compañero Roberto Oveja Telch, con un balde lleno de agua, se lo vació entero y lo empapó, mientras gritaba: “Éste no habla nunca más mal de vos, Gringo” (risas).

La revista El Gráfico era la Biblia del periodismo deportivo escrito. Lo venía siendo desde hacía muchos años y seguiría en ese sendero por varios lustros más, como referente ineludible de varias generaciones. Para algunos, incluso, fue una fuente de inspiración a la hora de decidirnos por esta profesión.

El equipo de esa tarde. Parados: Ricardo La Volpe, Ricardo Maletti, Eduardo Uzín, Jorge Olguín y Roberto Telch. Agachados: Héctor Scotta, Claudio Premici, Juan Gauna, Alberto Beltrán, Oscar Ortíz y Sergio Villar

En esa oportunidad, además de un gran despliegue del partido, propició el encuentro de Erico y Scotta en ese mismo atardecer. Pero tuvo un desenlace inesperado, como lo recuerda el Gringo: “Me llevaron en un remise desde la cancha hasta Morón, donde él vivía. Charlamos en su casa y luego fuimos a una plaza cercana para hacer un par de fotos. Al ratito me di cuenta de que nos estaba rodeando un grupo de policías y a los pocos minutos estábamos los dos demorados en la comisaría (risas). Hay que ponerse en la época: eran los últimos momentos del gobierno de Isabel Perón y había caos. Existía una disposición que no dejaba sacar fotos en las inmediaciones de las comisarías y por eso ambos terminamos así. Nos dejaron un rato largo. Fue una verdadera locura”.

Además de esa producción, para la cobertura del cotejo fue designado Osvaldo Ardizzone. En mi opinión, quizás haya sido el mejor a la hora de sentarse a escribir la crónica de un partido de fútbol. Con su estilo particular, bohemio, talentoso, con un delicado uso del idioma, pintó una pieza de colección, que sigue siendo admirable 50 años más tarde, al retratar ese fin de ciclo Xeneize.

“Ahora Boca. Este Boca deshecho, deshilachado, gris por fuera y por dentro… Este Boca que desde hace un largo tiempo transita a los tumbos por ese contraste de luz y sombra, de amanecer y crepúsculo, de vida y muerte… Ese Boca indefinido, tembloroso, que hace tiempo dejó de apuntar a plenos, para refugiarse en la tímida especulación que asegura la chance, arriesgando apenas unas chirolas de vacilante esperanza, que apenas si sirven para fortalecerse el alma. Porque Boca está pobre. Desoladamente pobre y, para peor, como el bacán venido a menos, comprobando entristecido como “poco a poco todo se ha ido p´al empeño”, después de tantas brillantes noches de veladas en el Colón y una orquídea disquera en la lustrosa solapa del frac… ¿O acaso la caída se produce este veintitrés de noviembre de mil novecientos setenta y cinco? Esta fecha solo perpetuará en el archivo de los coleccionistas la muerte física, pero Boca estaba ya en coma desde hacía tiempo”.

Una maravilla de Ardizzone para contar cómo había llegado Boca. Y cómo cayó en aquella soleada tarde, cuando algún arresto emotivo le permitió acercarse en el marcador, pero fue solo un espejismo. Unas semanas antes le había ganado a River en el Monumental. Fue un efímero resplandor. Luego se encadenaron cuatro derrotas sucesivas que lo dejaron fuera de combate. Un mes más tarde, asumiría Juan Carlos Lorenzo como entrenador, para llevar adelante uno de los ciclos más brillantes de la institución.

El cuarto de San Lorenzo y segundo de Scotta, con el que llegó al récord

Héctor Scotta siguió haciendo goles. De todo tipo y todas las canchas. La cifra llegó hasta el impactante número 60, aunque poco pudieron hacer tantas conquistas en medio de un equipo irregular, que lentamente, a partir del ‘76, comenzó a alejarse de los primeros puestos, para anclar en la medianía de la mitad de tabla, como preludio del descenso del ‘81.

Aquí debería estar el cierre con mis palabras. A manera de respetuoso homenaje, se lo cedo al maestro Ardizzone, que así hizo el suyo hace 50 años: “Este veintitrés de noviembre de mil novecientos setenta y cinco, estos cinco goles de San Lorenzo, esta desconcertante producción de Biasutto, sólo señalan una fecha en que se consumó la muerte física para los amantes de las estadísticas… Boca ya estaba enfermo, ya estaba pobre, deshecho y deshilachado desde antes, desde mucho antes… Ya tenía la marcha vacilante, ya andaba a los tumbos… Como en el mismo triste fin del bacán, justo en los umbrales del final, ya perdida la última esperanza, “puso el frac como almohada y tirado en la catrera se dejó morir” … Boca no está en las finales”.

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