El 16 de julio de 1945, una docena de chicas de unos 13 años disfrutaba de un campamento de danzas en un lugar del desierto de Nuevo México, en Estados Unidos, cuando fueron sorprendidas por un fenómeno inusual. Una enorme cantidad de copos blancos comenzaron a caer del cielo. Maravilladas por esta nevada imposible para el verano boreal, las jóvenes se pusieron sus trajes de baño y, en un río cercano, comenzaron a jugar con la extraña nieve. Así, se la pasaban por la cara y el cuerpo mientras se sorprendían por otra rareza: los copos estaban calientes.
Pero esta inaudita nevada en un período estival no tenía nada que ver con el clima. Mientras que el campamento donde las adolescentes aprendían claqué y ballet se encontraba próximo a la localidad de Ruidoso, en Nuevo México, a unos 64 kilómetros de allí, en el valle Jornada del Muerto del mismo estado, los integrantes del Proyecto Manhattan efectuaban la llamada prueba Trinity, que fue la primera detonación de una bomba nuclear de la historia de la humanidad.
Así que los supuestos copos de nieve no eran tales, sino que formaban parte de una precipitación radiactiva producida por la explosión. Esa era tan sola una de las consecuencias del brutal experimento atómico, que afectó a lo largo de los años a buena parte de la población que se encontraba incluso a cientos de kilómetros de distancia del lugar de la explosión. Por caso, de las 12 niñas de aquel campamento, tan solo dos superaron los 40 años de vida. Las demás murieron antes a causa de distintos cánceres o de otras enfermedades.
“Una luz que no era de este mundo”
La prueba Trinity, el macabro preludio de lo que luego serían los bombardeos estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, se realizó en pleno desierto de Nuevo México porque se pensaba que era un lugar aislado. Sin embargo, su efecto nocivo se esparció mucho más allá del epicentro de la detonación. Se calcula que, en un radio de unos 240 kilómetros alrededor del punto cero vivían medio millón de personas.
El hecho en sí ocurrió a las 5.29 de la madrugada del 16 de julio de 1945. El prototipo de bomba, un dispositivo de implosión de plutonio que fue bautizado The Gadget, se colocó sobre una torre de acero de 30 metros de altura ubicada en el Campo de Bombardeo y Artillería de Alamogordo, en el paraje de Jornada del Muerto.
Uno de los impulsores del Proyecto Manhattan, el físico Robert Openheimer, llamado con razón el padre de la bomba atómica, observaba los pormenores del violento experimento, al igual que otras 250 personas. Todos ellos, ubicados por lo menos a 9 kilómetros del lugar de la detonación, recibieron instrucciones de tumbarse en el suelo cuando la bomba explotara y de no mirar directamente el destello del estallido.
“De las entrañas de la tierra surgió una luz que no era de este mundo, la luz de muchos soles en uno. Uno se sentía como si estuviera presente en el momento de la creación cuando Dios dijo: ‘Hágase la luz’”. Así describió el momento de la explosión el periodista y vocero del Proyecto Manhattan, William Laurence. Se suele decir que en ese momento, Oppenheimer se comparó con el dios Visnú, como “el destructor de mundos”.
Un hongo de 21 kilómetros de altura
Algunos de los testigos civiles del hecho pensaron que se avecinaba el fin del mundo y hasta hubo uno de los científicos del proyecto que temió que se incendiara el nitrógeno de la atmósfera y ese provocara el final de la especie humana, según consigna en un informe el Bulletin of The Atomic Scientists.
Es que el impacto producido por la detonación sorprendió incluso a los propios hacedores del mortal artefacto. National Geographic informó que el Gadget en su estallido provocó un calor 10.000 veces superior a la temperatura en la superficie del sol, levantó e irradió cientos de toneladas de tierra y creó un hongo que alcanzó los 21 kilómetros de altura, cuando originalmente se esperaba una altitud tres veces menor.
Sin embargo, la parte que sería la más trágica se dio en el hecho que solo tres kilos de plutonio de los seis que tenía la bomba en su interior hicieron fisión. El resto se dispersó por el ambiente, en principio, como una nube radiactiva.
“Solo alrededor del 15 por ciento del plutonio se consumió en la explosión, y la mayor parte del plutonio restante se depositó cerca del lugar de la explosión, mientras que los productos de fisión y activación viajaron más lejos”, dijo a la BBC el doctor William Kinsella, investigador de este caso de la Universidad de Carolina del norte.
Copos blancos y calientes
La explosión sacudió con fuerza muchas de las pequeñas localidades que se encontraban alrededor. En el mencionado campamento de danza de las niñas de 13, la onda expansiva fue tal que llegó a arrancar a las acampantes de sus literas. De inmediato, salieron todos corriendo de las cabañas porque creían que había explotado un calentador de agua.
“Todos quedamos impactados. De repente, apareció una gran nube sobre nuestras cabezas, y luces en el cielo. Incluso nos dolieron los ojos al mirar hacia arriba. Todo el cielo se volvió extraño”, contó años más tarde a National Geographic Barbara Kent, una de aquellas niñas que experimentaron el fenómeno en el campamento de danzas de Ruidoso.
En relación con la nevada que llegó por la tarde, la mujer contó cómo la tomaron: “Agarrábamos los copos blancos y nos los echábamos por encima, apretándonos la cara. Pero lo curioso es que, en lugar de estar frío como la nieve, estaban calientes. Todas pensamos: ‘Bueno, hace calor porque es verano’. Solo teníamos 13 años…”.
Se expande el peligro radiactivo
Pero la nevada que puso a jugar a las niñas no era nada divertida. Siguió cayendo durante días y la sustancia blanquecina cubrió una enorme extensión de tierra en los alrededores del sitio de la prueba. Los restos radiactivos contaminaron incluso las principales fuentes de agua potable al introducirse en ríos, cisternas y estanques.
A unos 72 kilómetros del centro de la explosión, en Oscuro, Nuevo México, una familia sintió que algo no estaba bien con esa nieve. Colgaron sábanas húmedas de las ventanas para proteger su hogar. Pero no pudieron evitar que las gallinas y su perro murieran a causa de la nevada. En otro lugar llamado Chupadera Mesa, a 48 kilómetros de Jornada del Muerto, el ganado apareció con quemaduras en su piel, y cuando el pelo volvió a crecer, lo hizo con tonos grises y blancos.
Los desechos radiactivos que se depositaron en el suelo siguieron un curso que fue multiplicando exponencialmente su toxicidad. En palabras de Kinsella: “Estos peligros radiológicos se dispersaron a través del movimiento de las aguas superficiales y subterráneas y la entrada en los productos agrícolas y la cadena alimentaria, con la leche como un ejemplo importante. Efectos similares resultaron de las muchas pruebas sobre el suelo que siguieron a Trinity”.
Un proyecto en secreto
Pese al desastre que se estaba produciendo con la población próxima a la detonación y en el medio ambiente, las autoridades de Estados Unidos nunca informaron cuál era la realidad de lo que había pasado. Lo primero que se dijo, como información oficial, era que el impacto sentido por los ciudadanos se debía a la explosión de un vertedero.
Pero más tarde, a través de un informe que envió el comandante de la base de Alamogordo a la agencia Associated Press, se difundió la versión de que “un polvorín de municiones remoto que contenía una considerable cantidad de explosivos de alta potencia y pirotecnia explotó”. La información cerraba con el dato de que no había habido víctimas mortales ni heridos.
El Proyecto Manhattan por nada del mundo debía perder su carácter de secreto. El general Leslie R. Groves, director militar del Proyecto, consideraba que mantener oculta el arma atómica en tiempos de guerra era más importante que otras cuestiones, como la seguridad pública.
El militar sostuvo esa posición incluso cuando Stafford Warren, director médico del proyecto, le informó que había quedado una gran cantidad de polvo radiactivo en el aire. Y que el riesgo de radiación era “grave”.
“La gente empezó a morir de cáncer”
“Diez años después hubo gente que empezó a morir de cáncer. Gente que nunca había escuchado la palabra cáncer en sus comunidades. Soy la cuarta generación de la familia en sufrir cáncer”, contó a BBC Tina Cordova, una vecina de Tularosa, en Nuevo México, que dirige la organización Consorcio de DownWinders de la Cuenca de Tularosa, que se dedica a recoger los testimonios de la gente que sufrió enfermedades luego de la prueba Trinity.
Cordova cuenta uno de los casos más sensibles que recogió. Se trata de una mujer que visitó el sitio de la explosión mientras cursaba su embarazo y en el momento de dar a luz su bebe nació sin ojos.
En cuanto a las chicas que jugaron con la nieve radiactiva, Barbara Kent contó en una entrevista que ella fue “la única superviviente de las chicas de ese campamento”. De acuerdo con un informe de la BBC, fueron solamente dos de esas niñas las que vivieron más de 40 años. En tanto que Kent sobrevivió a varios tipos de cáncer, incluyendo el de endometrio y varios relacionados con la piel.
En una entrevista que dio en 2015 al periódico Santa Fe New Mexican, Kent, que entonces contaba con 83 años relató que, algunos años después de la detonación su madre falleció de un tumor cerebral. La hija del profesor de danza que aquel día estaba en el campamento también murió de cáncer y su papá lo hizo unos cinco años después.
“Esto causó mucho sufrimiento”
“Esto realmente causó mucho sufrimiento y el gobierno nunca quiso reconocer nada”, dijo entonces la sobreviviente.
“Estados Unidos envenenó a sus propios ciudadanos y ha estado haciendo la vista gorda”, señaló Tina Cordova al Bulletin of the Atomic Scientists. Ella misma sufrió la muerte de varios familiares cercanos a causa del cáncer y continua reclamando al congreso y gobierno de su país alguna compensación por todo lo que se ha sufrido.
“Nunca podrán decir que no sabían de antemano que la radiación era dañina o que habría una lluvia radiactiva. Confiaban en que fuéramos ingenuos, sin educación e incapaces de defendernos. Y cualquiera que escuche esta historia y crea que no hubo daño a la gente, o que no importan lo que hayan sufrido, es cómplice si decidió hacer la vista gorda”, concluyó la mujer.
Alcances de la nube radiactiva
Un informe realizado por el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos en 2010 -65 años después del incidente-, dio cuenta de las consecuencias de Trinity con datos específicos. Según este reporte, la nube radiactiva se dividió en tres partes: una fue hacia el este, la otra al oeste y noroeste y la tercera hacia el noreste, con lo que se movió por una región de 160 kilómetros de largo y 48 kilómetros de ancho.
En todo ese camino, señala la CDC la nube “dejó caer su rastro de productos de fisión”. Diecinueve condados de Nuevo México estaban en esa área, en los que se incluyen 78 pueblos y ciudades grandes y docenas de granjas y parajes. El estudio encontró que los niveles de radiación cerca de casas en algunos llamados “puntos calientes” alcanzaron “casi 10.000 veces lo que actualmente se permite en áreas públicas”.