Una jugada con Scaloni marcó su carrera, lo tildaron como el jugador “más antipático” y sufrió depresión por el TOC: “Le temía al sudor”

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Domingo 6 de abril de 2003. Se cierra la fecha 28 de La Liga de España. El marcador está 1-1 en Riazor. El reloj marca 45:42 del primer tiempo en un duelo decisivo que empareja al segundo y tercero del campeonato. Lionel Scaloni, defensor del Deportivo La Coruña, corre de manera decidida sobre su costado derecho del área para rechazar un centro, pero debe tener cuidado porque va aparejado de un rival. De repente, el futbolista contrario, también defensor de la Real Sociedad, se cae aparatosamente en el área. El árbitro, Antonio Jesús Lopez Nieto, pita un penal inexistente y Scaloni se tira al suelo y se agarra la cabeza sin poder creer el accionar sobre una sanción que solo tiempo después se sabría que fue provocada por una particular razón: el Trastorno Obsesivo Compulsivo, mejor conocido como TOC.

La víctima de la falta, Zuhaitz Gurrutxaga, fue titular en el blanquiazul tras más de un año sin jugar en el torneo doméstico. Uno de los mejores prospectos de las divisiones inferiores de ese equipo se estrenó en Primera en enero del 2000 con 19 años. Se lo apuntaba como el defensor de la próxima década. Firmó su primer contrato a los 16 años por un valor de 3.000 millones de pesetas, una cifra que al cambio oficial del euro escala a los 18 millones (USD 21 millones). La confianza era total. Sin embargo, a partir de la temporada 2000/01 cambió algo, dejó de tener continuidad y uno de los tantos partidos esporádicos que jugó terminó siendo crucial por un título de Primera División, algo que el elenco del País Vasco ganó dos veces en su historia (1980/81 y 1981/82). Mientras tanto, el zaguero central luchaba con sus demonios internos y una depresión galopante que derivó en peculiares obsesiones. Estas mismas tuvieron su pico máximo cuando se desplomó en el área porque en su mente tenía la obligación de cruzar las líneas de la cancha con el pie derecho y, en su camino para salir del rectángulo mayor, corría riesgo de hacerlo con la pierna equivocada.

“Mi mente me dijo que si seguía con ese paso no podía cruzar la línea del área con el pie derecho e, instintivamente, me dejé caer. Esa fue mi mejor aportación al equipo en todo el año”, admitió en Panenka Podcast sobre una de las cosas más extremas a las que lo empujó su ansiedad. Hasta hoy en día, piensa qué hubiera pasado si pateaba el penal estrellado en el travesaño por Darko Kovacevic. Real Sociedad perdió 2-1 y fue subcampeón a dos puntos del Real Madrid. Sin saberlo, sería uno de los últimos duelos que disputó con la camiseta de La Real.

Gurrutxaga nació en 1980 en el pequeño pueblo de Elgoibar, que posee una población apenas superior a las 10.000 personas. A los 13 años fue fichado por las Juveniles de la Real Sociedad y empezó su ritmo vertiginoso hasta ser campeón europeo Sub 16 y ser parte del Mundial Sub 17 de Malasia en 1997 con estrellas de la talla de Iker Casillas y Xavi Hernández con eliminación ante Irlanda en cuartos de final. Se imponía en la élite hasta que le llegó su chance. Tras su bautismo, el siguiente curso 00/01 no fue igual. “Era un jugador del primer equipo, con mi dorsal del primer equipo y no se me perdonaban los errores. Ahí empecé a sentir esta presión, esta sensación de miedo a no cumplir las expectativas. Y ahí vi que jugar en Primera División me quedaba muy grande. Probablemente yo tenía cualidades técnicas, tácticas y físicas para jugar en primera, pero no tenía cualidades mentales para hacerlo porque era demasiado sensible para un mundo tan hostil”, relató para el podcast Un propósito con Kiko Martin.

Y añadió en una charla con el canal español laSexta: “Mi sueño era debutar en la Primera de Real Sociedad, como muchos otros niños. Lo conseguí, pero era demasiado joven. No supe gestionar aquella presión y responsabilidad que cargaba sobre mis hombros. Prefería no jugar, estar en el banquillo y, cuando jugaba, lo único que intentaba era no fallar, no decepcionar. Poco a poco empecé a sufrir y a padecer problemas de salud mental como ansiedad, depresión y TOC”. Llegaba a pasar 30 a 40 minutos en su casa verificando cinco veces si había cerrado la puerta y apagado la luz, entre otras cuestiones. Si se subía al auto y, en el trayecto, aparecía una mínima duda, debía regresar para comprobarlo. “Lo que para cualquier persona es una manía, se convierte en una obsesión para alguien que tiene TOC”.

La escala de ese trastorno lo llevó a ser “el futbolista más antipático de Primera División” y tenía un serio apego a la higiene, la peor compulsión que lo hizo sufrir, hasta el punto de darle miedo tocar cosas o gente porque creía que iba a contaminarse de alguna enfermedad: “No me atrevía a dar la mano de un aficionado y no me atrevía a agarrar el bolígrafo de un aficionado para firmarle un autógrafo”. Se lavaba las manos 30 a 40 veces al día y llegó a ponerse remeras manga larga en pleno verano durante los entrenamientos para arremangarse con el objetivo de evitar tocar el suelo haciendo flexiones. En el ámbito amoroso estuvo dos años sin tener relaciones sexuales por temor a contraer una enfermedad de transmisión sexual y llegó a utilizar siete preservativos en un solo acto.

“Era defensa y en los entrenamientos tenía que marcar al rival, a mi compañero, pero no me atrevía a acercarme demasiado por miedo a contaminarme con su sudor”. Todo lo escondía por vergüenza con poses actorales que no se acercan a las que muestra cotidianamente en sus obras teatrales y su monólogo ‘FutbolisTOC’, uno de sus tantos oficios sumado al hecho de haber sido músico y presentador de televisión: “Nunca creo que haya hecho mejores actuaciones que entonces para esconder todo esto. Era un actor buenísimo. Y desgraciadamente, lo escondí demasiado bien durante demasiado tiempo, porque ojalá alguien se hubiera dado cuenta antes y me hubiera invitado a pedir ayuda”.

Zuhaitz Gurrutxaga remonta el inicio de este trastorno a un suceso acontecido en su entorno y a un momento puntual de sus vacaciones a dos semanas de empezar una pretemporada con Real Sociedad. “Una noche de verano, fui con dos amigos al monte, fumamos un porro de marihuana y me sentó mal. Me empezó a ir la cabeza a trescientos kilómetros por hora, no podía controlar mis pensamientos y no sabía lo que me pasaba. No dormí en toda la noche pensando en que me había quedado loco para toda la vida porque no podía controlar mis pensamientos. De subirme la ansiedad hasta el cielo, se desplomó en el momento en el que creo que me dije a mí mismo: ‘Se acabó la vida’. No era capaz de ir por el pan sin estar angustiado. Y así empecé aquella pretemporada en una depresión muy profunda. No tenía ganas de levantarme de la cama ni quería ir a entrenar. Y ahí fue un momento duro cuando mi madre no pudo ayudarme. Le dije: ‘Ma, no sé lo que me pasa, pero no puedo controlar mis pensamientos. Creo que me he quedado loco’. Y vi la mirada de mi madre diciendo: ‘No sé de qué me hablas’. Eso fue el paso a la edad adulta. Ahí sí que me hundí. No sé ni cómo salí. Poco a poco, solo y sin ayuda porque no sabía lo que me pasaba, pero según fui saliendo empezó a llegar el TOC. ¿Cuándo estalló? Ese porro de marihuana estalló algo en mi cabeza que luego progresivamente llegó hasta el TOC”, expresó en un relato descarnado sobre lo que describe como ataques de ansiedad y depresión, pero en ese momento desconocía siquiera esos términos.

Bajo sus palabras, pasó meses “entrenando siendo un zombi” y caminó por la cornisa de otra adicción: “Solo quería dormir o beber porque era en el único estado o momento que no sufría, pero por suerte nunca caí en el alcoholismo. Tenía más dinero del que necesitaba y no quería levantarme de la cama y el dinero no lo podía solucionar. Quería dormir catorce horas al día, no quería ir a entrenar“. Era el peor momento de su vida, mientras todo su alrededor era felicidad. Real Sociedad no perdió en las primeras 19 fechas de La Liga en la temporada 2002/03 y seguía la pista del Real Madrid: “Cada domingo, ganaba y cada vez que ganaba, la distancia entre la felicidad de toda la provincia y mi tristeza se agrandaba”.

Tan cerca estuvo de la corona que en la anteúltima fecha el Blanquiazul necesitaba ganarle a Celta y esperar una caída del Real Madrid en el derbi contra el Atlético. Sucedió lo inverso. Derrota 3-2 en Vigo y goleada del Merengue por 4-0 al Colchonero de Luis Aragonés. Desde el banco de suplentes, Gurrutxaga solo pensaba en una cosa: “Sé que suena egoísta, pero yo no quería ganar la Liga para que todo el mundo fuera feliz, mientras yo lo único que quería era llorar”. Más allá de esto, siempre aclaró que nunca hizo nada para que eso sucediera. Cuando entraba a la cancha, siempre buscaba dar su mejor nivel en favor del equipo.

El escritor del libro Subcampeón, elaborado junto al periodista Ander Izaguirre, dentro del cual narra su amanecer y ocaso en la élite, no pudo ocultar sus problemas para siempre. La última fecha de ese campeonato, el domingo 22 de junio de 2003, los dirigidos por Raynald Denoueix se despidieron a lo grande con una goleada 3-0 al Atlético de Madrid como locales en el Estadio de Anoeta, en San Sebastián. No alcanzó para ser campeones, pero sí para ser segundos (Deportivo La Coruña fue tercero). Se montó una tarima en el centro de la cancha para celebrar el pasaje a lo que sería su tercera participación en la historia de la Champions League. Dentro del campo de juego, estaban los hinchas. En plena algarabía, Zuhaitz Gurrutxaga era consumido a cada segundo.

“En lo único que estaba pensando era: ‘¿Cómo demonios voy a llegar al vestuario sin tocar a toda esta gente?’. Porque todas las enfermedades del mundo están ahí. Y yo veía que mis compañeros, según la celebración iba acabando, iban bajando de la tarima hacia el vestuario, los besaban, los abrazaban, les quitaban la camiseta. Y yo decía: ‘Yo no puedo bajar’. Y acabé solo en esa tarima sin bajar por miedo a contaminarme. Hasta que llegó un momento en el que dije: ‘Se acabó, se acabó la vida’. Porque para mí lo que iba a hacer en ese momento era como suicidarme para mi mente irracional con TOC. Y me tiré al público, de alguna manera me tiré al público. Me tocaron, me besaron, me abrazaron, me quitaron la camiseta. Fue un calvario. Recorrí aquellos cuarenta metros hasta el vestuario, creyendo que estaba pillando todas las enfermedades del mundo. Llegué al vestuario, me metí a la ducha, gasté un bote de gel limpiándome de arriba a abajo y, mientras mis compañeros seguían celebrando, me fui a una esquina del vestuario llorando a llamar a mi madre diciéndole: ‘Mamá, no sé lo que me pasa, pero creo que me he vuelto loco’. Y mi madre me dijo: “Bueno, celebra esto, celebra este subcampeonato, te lo mereces. Pero según acabe esto vamos a ir a un psicólogo”.

Al día siguiente, tenía programado su encuentro con el especialista y llegó la tranquilidad, la certeza de saber qué le pasaba, el hallar una respuesta a tantas preguntas. “Me dio mucho alivio cuando el psicólogo le pone un nombre a lo que te pasa, que me explicó que tenía un nombre, que era TOC y tenía un tratamiento. Cambió mi vida”, manifestó. Ese joven que jugaba para 200 personas en la Real Sociedad B y saltó a desempeñarse ante miles de fanáticos en las tribunas estuvo obligado a volver a sus orígenes para encontrar el amor que le tenía al fútbol, un deporte que llegó a odiar. Tras sendas cesiones al Algeciras, Rayo Vallecano y Real Unión, tocó la superficie de su “pozo oscuro”.

Así lo narró en diálogo con Relevo: “A los 27 años cuando toqué fondo y me fichó el Lemona, un equipo súper humilde de Segunda División B, resurgí y empecé a disfrutar de nuevo. Lo hice cuando sentí que no tenía ninguna presión. Lemona era un pueblo de 3.000 habitantes, había cien espectadores viendo el partido, cero presión mediática y ahí fue cuando volvió a disfrutar. Empecé a resurgir cuando toqué fondo del todo y nadie se acordaba de mí”.

Zuhaitz Gurrutxaga se retiró en 2013 luego de distintos pasos por equipos del ascenso español (Crédito: @zuhaitzgurrutxaga/Instagram)

Más adelante, regresó al Real Unión, institución con la que logró un ascenso y eliminó al Real Madrid en una eliminatoria a doble partido en la Copa del Rey. Recuperó el disfrute por el deporte y, durante su paso por esa entidad, despuntó su hobby musical, ya que sacó un disco y empezó a dar conciertos. Entre canción y canción, explicaba las letras en clave humorística y desperdigaba risas entre sus espectadores. Eso lo llevó a dar un nuevo giro en su vida. “Poco a poco fui cantando menos y hablando más en los conciertos hasta que un día decidí que lo mío no era la música y que, de ser algo, pues sería cómico. Dejé la guitarra y empecé a ser monologuista y cómico”, le contó al diario AS.

El humor ayudó a cicatrizar las heridas derivadas de su traumático paso por el fútbol hasta su retiro en 2013: “Solo cuando me subí a un escenario a hacer un monólogo sobre mis vivencias futbolísticas, mis errores en modo cómico, riéndome de mí mismo, solo entonces hice las paces con el fútbol y conmigo mismo. El humor me ha salvado la vida, y me gano la vida con eso”. Esa catarsis generó una consecuencia posterior, ya que muchas personas que pasaban por lo mismo o tenían familiares en la misma situación se contactaron con él para agradecerle por contar su caso de manera pública. Incluso recibió mensajes del mundo del fútbol: “Ex jugadores de Primera División me dijeron que se sentían identificados, que también han tenido miedo o que han fingido alguna lesión. Y lo que más alegría me da es que jugadores actuales de Primera y Segunda División me escriben para decirme que el libro (Subcampeón) los está ayudando”.

Actualmente, tiene 44 años (Crédito: @zuhaitzgurrutxaga/Instagram)

Hoy en día, el comediante logró dominar su TOC, pero acepta que todavía debe trabajar en algunas cosas para tener una vida “más plena”, uno de los dos objetivos que tiene. ¿El otro? Escribir un libro para explicar cómo se puede salir. “Quiero curarme, poder dominar el TOC y no al revés”, confesó. Y le dio un mensaje a los que están pasando por un cuadro similar: “Primero, ánimo, y se puede salir. Yo estuve muy mal, era un maldito infierno, y ahora estoy aquí. Me subo a un escenario, hago teatro, televisión, escribí un libro, soy mas o menos feliz. Lo segundo es que procura reírte de ti mismo un poco, reírte de tus obsesiones. Sé que es duro porque es incontrolable, pero me ayudó mucho y estoy seguro que te ayudará”.

Actualmente, Zuhaitz Gurrutxaga reside en San Sebastián y, parafraseando a la película protagonizada por Will Smith, atraviesa su vida en busca de la felicidad: “Creía que el éxito era llegar a Primera División, ahora llenar teatros y que mis programas de televisión tengan una gran audiencia. Y sin arrogancia, esas tres cosas han ocurrido, pero creo que ninguna de las tres cosas me han hecho feliz. La felicidad sería no estar tan alerta por todo lo que me crea el TOC”.

Zuhaitz Gurrutxaga está buscando la cura del TOC para tener una vida más plena (Crédito: @zuhaitzgurrutxaga/Instagram)

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