“La atmósfera de la pandemia nos remitía a lo que estábamos escribiendo”

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“El único héroe valido es el ‘héroe en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”, escribió Héctor Germán Oesterheld en una parte del prólogo de su historieta –texto universal a esta altura– El Eternauta, trabajo que se eternizó en las ilustraciones de Francisco Solano López.

La obra data de finales de los 50 y nació como publicación semanal en la revista Hora Cero. Medio siglo después de su salida original, llegó a la pantalla de Netflix en formato de serie, de la mano del director, guionista de cine y televisión, Bruno Stagnaro.

“Para mí, El Eternauta representa a mi viejo trayéndome los fascículos semanales de los cómics. Creo que fue de las primeras obras que leí completas en mi vida, a los 10 años, y tuvo una profunda influencia en mi manera de entender la ficción hecha en mi país. La sensación que me dejó esa primera lectura me acompañó toda la vida y, de alguna manera, tuvo una gran influencia en lo que hice después, en donde la ciudad es una presencia viva, casi como un personaje más”, escribió Stagnaro en una carta que se publicó en mayo de 2023, antes de empezar la quijotesca producción, cuando todavía no se sabía nada de fechas de estreno ni había adelantos audiovisuales.

Ricardo Darín, El Eternauta

Este megaestreno de seis capítulos no tiene nada que envidiarle a series de escala internacional. La puesta navega por una Buenos Aires contemporánea intervenida por elementos de una realidad en la que se reconocen locaciones comerciales y hasta un Puente Saavedra transformado en una especie de depósito vehicular que refleja el desastre por venir.

Si bien cambian algunos detalles, la atmósfera se respeta: los cuatro amigos (Juan Salvo, Favalli, Lucas y Polsky) en plena partida de truco, los treinta y tres de mano en una falta envido cantada a viva voz, el corte de luz y un temor que llega por la incertidumbre de una nieve blanca que cae en la ciudad y mata.

Acá no está la radio que anuncia la explosión de una bomba en medio de ensayos atómicos en los Estados Unidos. La densidad y paranoia que recorren estas calles es por la supervivencia. Dentro de ese contexto, donde acecha la marginalidad y el descarte de gente que ya no cumple con los parámetros etarios necesarios para ser productivo, cae la nieve mortal y nadie puede salir de sus casas.

A partir de ahí, crece la epopeya de los personajes: hombres comunes, sin superpoderes, que elaboran un plan colectivo para intentar sobrevivir en una distópica Buenos Aires teñida de blanco, donde las caras se cubren con máscaras escafandras, acecha el terror y se ve irrumpida por un ataque alienígena.

La historia del Eternauta transcurre en las calles de Buenos Aires

Nadie se salva solo

Bruno Stagnaro se sintió atrapado con la novela gráfica de Oesterheld a temprana edad. Fue parte de su formación. La posibilidad de hacer algo con este texto siempre estuvo presente, implícita o explícitamente, durante de su carrera. Allá por 2004, después de Okupas -quizás el mayor de sus hitazos como director y guionista-, delineó una historia en la que el estallido de 2001 dejaba secuelas, originaba una guerra civil y el saldo era una ciudad devastada, diferentes territorios y bandas en busca de gobernar el caos.

El boceto llevaba por nombre Kosovo y en su mente, revela, se pronuncia como la génesis de lo que se terminó transformando en la serie de El Eternauta.

“Era mi versión autogestionada. No porque tuviera similitud en la historia, sino más bien por la atmósfera posapocalíptica en la ciudad de Buenos Aires que me había planteado hacer, básicamente porque tenía ganas de hacer algo como El Eternauta”, dice un sonriente Stagnaro a LA NACION, sentado en una de las oficinas porteñas de Netflix. Hay una mesa grande, café, agua y, en una de las esquinas de la sala, luce una réplica del Juan Salvo que interpreta Ricardo Darín. Y habla sobre aquel proyecto que quedó a mitad de camino: “Que me propongan hacer El Eternauta fue una especie de círculo perfecto. Para mí era como regresar a casa”.

El Eternauta, tráiler oficial

–Pasaron 75 años desde que se publicó la historieta y varios intentos fallidos de adaptación en los que estuvieron involucrados destacados directores del cine argentino. ¿Por qué pensas que se dio ahora la propuesta de hacer esto?

–Hay un montón de razones técnicas. La tecnología para poder encarar este tipo de proyectos está más a mano. Sobre todo, con el grado de autonomía con la que está bueno hacerlo y que, de algún modo, El Eternauta pedía. Nosotros arrancamos antes de la pandemia con esto. Las primeras reuniones las tuvimos a fines de 2018 y empezamos a trabajar en las primeras versiones del capítulo 1 en abril de 2019. Después, esa especie de pausa que se generó con la pandemia paradójicamente ayudó en muchos sentidos. En ese momento encontramos una herramienta tecnológica que nos permitía la reconstrucción de la ciudad, manteniendo nosotros la capacidad de llevarlo adelante, sin depender de productoras de afuera y demás.

–Mencionás la pandemia y, en cierta forma, parece pronunciarse en la serie, cuando nadie puede salir de sus casas porque la muerte está afuera…

–Con Ariel (Staltari) –coguionista- nos mandábamos mensajes porque había mucho de la atmósfera de la pandemia que nos remitía a lo que estábamos escribiendo y desde ya que todos esos trajes estrafalarios que circulaban en aquel momento, casi que eran una referencia para nosotros. De hecho, las máscaras del grupo de la iglesia están inspiradas, algunas de ellas, con lo que se vio en medio de la pandemia.

–Esa impresión de ver una ciudad reconocible, con enfoque realista, incluso con las publicidades que uno se puede cruzar en la calle, ¿estaba pensada de antemano?

–Eso fue un objetivo a lograr: tratar de trasladar esta presencia tan específica y viva de la ciudad que tiene El Eternauta. De hecho, es lo que más me gusta como registro sociológico. En las publicidades de esa época hay muchas referencias que lo anclan al momento especifico ese, entonces siempre fue un objetivo lograr trasladar la ciudad tal cual como estaba, tratando de intervenir lo menos posible. En ese sentido, el Gallo (se refiere a Un gallo para Esculapio) también me sirvió como advertencia, porque una de las cosas que más odiaba del Gallo, cuando del departamento de legales me pedían que visibilice las marcas de los autos, pero que inventáramos marcas que no existen. Para mí eso es distractivo para el espectador. En medio de una escena de acción hay un logo que no viste nunca en tu vida, por más que sea una boludez, es un pequeño estimulo que te distrae.

“Siento que las publicidades son un elemento muy importante del día a día de una ciudad, y también este registro del capitalismo, lo que pasa a partir del momento en que esa maquinaria se detiene y empieza a derrumbarse. Estimo que en la segunda temporada… así como en la primera hay un registro muy fuerte de todas esas publicidades en la ciudad intacta, a medida que pase el tiempo todo va a empezar a venirse abajo. Eso también son como vestigios de un instante de una civilización que ya no existe más.

“Un cartel que para mí siempre fue icónico es el que está en Puente Saavedra de Dr. Lemon, me gustaba mucho como jugaba con la historia, porque cuando ellos descubren toda esa pila de autos amurallados, el cartel dice que todo tiene su previa. De algún modo juega con el relato, a mí eso me gusta mucho en términos emocionales. Ese cartel estuvo desde el primer momento, atravesó todo el proceso de producción, que fueron como cinco años, y todas las instancias burocráticas, hasta finalmente logró llegar a destino sin que nadie lo saque.

“Después están todas las teorías de que Dr. Lemon nos puso un billete, todo ese asunto que me causa mucha gracia. Que eso perdure era un interés artístico y estético. Era algo contrario a lo habitual, a un interés de producción de hacer negocio a través de las publicidades”.

Héctor Germán Oesterheld

–En la carta que escribíste como principio de todo, hablás de una “emoción genuina” y de la lectura de esta historieta como una gran influencia para todo lo que hiciste, sobre todo en la presencia del territorio, casi como un personaje más de tus historias. A partir de eso y pensando en las incidencias de las cosas que te formaron, es inevitable no mencionar la música, el rock precisamente, que está presente en El Eternauta. ¿Por qué?

–Hay una coincidencia de que, por un lado, es la música que nos gusta, pero en este caso en particular, más allá del gusto personal, había algo en términos narrativos que tenía que ver con la edad de los personajes y, de alguna manera, con este concepto de lo viejo funciona, que se irradiaba un poco en la cuestión sonora. Una escena muy importante es cuando ellos se dan cuenta que lo viejo funciona y la manera que se dan cuenta es a través de la música.

–Y por una chata que utilizan para andar por la ciudad…

–Esa es una línea que es importante en la historia, este descubrimiento. Es un concepto que me parece que le venía muy bien al relato para intentar, en términos visuales, recuperar elementos del momento en que se escribió El Eternauta, en los 50. Una especie de atajo para volver a traer elementos de esa época. Entonces, en ese sentido, como la edad de los personajes era esta, tenía sentido que lo que se escuchara fuera este tipo de música. Al mismo tiempo, profundizamos un poco yendo a lugares no tan conocidos como, por ejemplo, El Reloj, que es la música que están escuchando al comienzo, esa música también juega un rol en el desenlace. Esto tiene una razón de ser desde los personajes y la trama, porque escuchan en vinilo, lo que después les abre la puerta a descubrir algo que va a ser fundamental para la trama.

Se queda en silencio, repasa antes de seguir para no entrar en detalles clave que revelen parte de la trama. Lo que se conoce en la jerga actual como spoilear. “Hasta ahí”, dice y sonríe.

El detrás de escena de El Eternauta, que combina decorados generados por computadora y proyectados en telones de fondo con nieve falsa, tomas en estudio y en las calles de Vicente López

–En la época de auge kirchnerista, El Eternauta fue símbolo de su militancia. ¿Cómo trabajaste esa relectura de los últimos 20 años?

–Traté de mantenerme al margen de esa asociación. Mi experiencia de lector es algo que trasciende eso. Lo que traté de hacer fue enfocarme en lo que me generó a mí como lector y seguir sobre ese núcleo sin dejar que nada lo contaminara. Siento que ahí está mi posibilidad de hacer El Eternauta, que se alimenta de esa experiencia íntima y personal a partir de la lectura de esa historia. Después vienen un montón de construcciones que uno puede hacer en torno a eso.

–Por ejemplo, el concepto de “nadie se salva solo”…

–Siento que es algo que forma parte de El Eternauta, no sé si es tan distintivo. Es válido porque lo está diciendo el autor y creo que de alguna manera está implícito en el gen del Eternauta, porque tiene que ver precisamente con esta identidad. Así como la relación de los personajes con las armas en una sociedad como la yanqui, que generalmente está atravesada por una proximidad y con esta idea de sheriff como figura de autoridad, me parece que en lo nuestro el motor es otro y eso está claro. El Eternauta tiene que ver con la amistad, el grupo y con intentar buscarle la vuelta a cómo resolver la carencia.

Vivir en el mundo del cine

Stagnaro se inició jovencito en el mundo del cine. En rol de actor, a los 12 años tuvo un papel en la película Debajo del mundo (1987), que dirigió su padre, Juan Bautista Stagnaro. Integrante de una familia involucrada con el universo de las películas y las imágenes, continuó el legado y a los 16, cuando todavía estaba en el colegio, empezó a filmar programas de humor con sus amigos con el afán de divertirse. Comenzó a estudiar cine, pero dejó la carrera a los pocos años y terminó de solidificar su profesión en la ruta de las experiencias.

La serie

En 1998, junto a Adrián Caetano, se aventuró en su primera película: Pizza, birra y faso, y sorprendió a la crítica con su manera de contar las historias mundanas de la calle. Se convirtió en uno de los representantes del “nuevo cine argentino” y se ubicó en la etiqueta de “realismo sucio”, cuando dos años después salió Okupas, la aclamada miniserie con la que expuso una realidad marginal que avecinaba el declive y el estallido de 2001.

Después de esa gesta innovadora para la televisión argentina, se mantuvo más de 15 años en silencio, hasta que volvió a dar el presente en 2017/18 con Un gallo para esculapio, donde reflejó el mundo del hampa, de piratas del asfalto, vieja escuela y códigos callejeros.

¿Qué te atrae de los márgenes?

–Sacando el tema de lo marginal, una de las cosas que me interesó siempre es esta idea de aventurarse. Un grupo de tipos de clase media que de golpe se ven lanzados a una aventura que trasciende los límites de su destino. En ese punto me interesa como espejo para nuestra sociedad, de asumirnos como protagónicos y lanzarnos a nuestra propia aventura, construir nuestra propia aventura y no siempre estar en actitud pasiva recibiendo la aventura que nos viene de afuera. Eso es algo que me motiva.

En 1988, Stagnaro dirigió la película

“Después siento que la cuestión de la marginalidad en sí es un accidente, no es algo que me interese específicamente, me refiero a la marginalidad socioeconómica. Sí me siento identificado con la mirada del tipo marginal en el sentido que a mí me gusta interactuar en la sociedad, siempre me sentí un poco al margen y solitario, y siento que los relatos están construidos a entornos, pero en definitiva yo me siento bastante próximo a esa mirada, no es algo que me es ajeno.

–Después de Okupas estuviste un largo tiempo sin hacer nada. ¿Era temor a repetirte o a no estar a la altura de lo que ya habías hecho?

–Trabajé torpemente y eso explica mi largo silencio. Lo que me pasó es que sentí que Okupas de alguna manera me llegó muy pronto en la carrera, porque era como un sueño para mí hacer exactamente eso, y después me colocó en un nivel de exigencia muy alto con lo que producía. Avanzaba en los procesos hasta un punto en el que los derrumbaba, incluso procesos que en el fondo posiblemente no justificaban derrumbarlos. Pero como me dio un montón de cosas buenas, también Okupas me volvió un poco loco en ese sentido de una sobreexigencia extrema. Pero al mismo tiempo me dio una tranquilidad de decir, bueno, hice lo que quería hacer, por qué tengo que obligarme a hacer otra cosa.

“Gran parte de ese silencio me sirvió para hacer ahora El Eternauta, porque más allá de cuestiones narrativas, todo ese tiempo de silencio estuve haciendo miles de documentales donde me fui formando en la artesanía de los efectos de un lugar muy llano. Y todo ese bagaje de conocimiento terminó siendo fundamental para poder llevar adelante El Eternauta, manteniendo técnicamente un control sobre lo que estábamos haciendo y no quedando expuesto a que alguien me defina cómo era el proceso, cómo eran los planos. En definitiva, es una historia donde prácticamente, si no tenes control sobre eso, es muy difícil plasmar tu visión.

–Vas a contramano de lo que se considera casos de éxito: todo es ahora y no hay tiempo para procesos de largo aliento…

–De hecho, el otro día leía la frase de un director que me pareció interesante y me sentí bastante identificado. Decía: a lo largo de mi carrera, al comienzo atravesé un montón de fracasos que, de alguna manera, me fueron alimentando y me fueron dando el contenido que después pude empezar a desplegarlo de algún modo. Ya no puede incorporar más contenido, simplemente lo que hice fue como ir plasmando lo que había incorporado antes. Siento que si uno dijera que esos procesos que no vieron la luz fueron fracasos… la verdad que no reniego de eso.

“En un punto, siento que mi punto de vista hubiera sido muy acotado si continuaba con la energía con la que entré en mi carrera, metiendo tan fácilmente esos procesos. Posiblemente me hubiera confundido y transformado en un “pelotudo”. Me vino muy bien la imposibilidad, me dio una perspectiva mucho más rica internamente y hacia afuera también.

Haroldo Conti decía que escribir es pelear con un mismo…

–Exactamente en este momento estoy en esa situación, porque estoy escribiendo la segunda temporada, y me cuesta mucho construir y sostener eso. Generalmente construyo y después lo pongo todo en duda y vuelvo a empezar. Convivo con 15 versiones de lo mismo, quedo extraviado ahí adentro y me resulta muy difícil entender cuál de todas esas variantes es, con todos sus matices en el medio… pero a esta altura entendí que es mi proceso y convivo con eso.

Bruno Stagnaro

–¿Te sentís cómo con la etiqueta “director de culto”?

–Pienso que es un momento donde la imagen lo es todo, se produce mucho, es abrumador y tengo cierto conflicto con eso. Es una sociedad que respira imagen, entonces me genera conflicto, muchas veces me pasa que no sé si tengo ganas de alimentar eso. Siento que hay una dicotomía entre lo popular y la cosa como más de culto, más intelectual. Muchas veces encuentro cosas que me resultan atractivas, construcciones intelectuales en torno a eso, pero yo privilegio el hecho de ver algo y ver si me conmueve, si toca o no mi corazón. Después, está el andamiaje intelectual por el cual tengo que entender que esto que no me mueve en absoluto, me tiene que mover, y si no me mueve soy un boludo…bueno, seré un boludo.

“Cada uno elige su camino y las cosas que lo mueven o no. Por supuesto, hay cosas que pueden ser interesantes, tener un planteo que esté buenísimo, pero por ahí en el transcurso de 15 minutos ya te lo contó y después tener 75 minutos de contarte lo mismo. Entonces por ahí hubiera estado bueno buscarle algo más, pero es muy personal. En ese punto tengo que reconocer que me siento más cercano y afín a las historias donde se convive con esta búsqueda de identidad propia en el relato, que no recurra a la fórmula pero que, al mismo tiempo, tenga la humildad de no pretender reinventar el cine en cada proceso y que apunte a algo más concreto.

–¿Te imaginabas estar acá, hablando de un nuevo hito en tu carrera?

–No, de hecho, no quería hacer nada vinculado con el cine, quería ser ingeniero electrónico y también quería ser músico. El tema de la música siempre me interesó muchísimo y creo que por mi dificultad de relacionarme no lo pude expandir. Cuando era pibe pensaba que iba a tener mucho conflicto con el mundo, que me iba a costar desarrollarme como adulto, pero después fue todo lo contrario, las cosas me empezaron a pasar mucho más sencillo de lo que yo hubiera creído.

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