LA NACION, en la capilla ardiente del Papa: sollozos y rosas para despedir a un Bergoglio con una expresión serena

0
5

ROMA.- Hace frío en la capilla de Santa Marta, el aire acondicionado está prendido como sucede en cualquier capilla ardiente. El silencio es sepulcral, roto solamente por el sollozo repentino de algunas personas que al enfrentarse al féretro no pueden contenerse. A diferencia de los demás, no pueden quedarse rezando ante los restos mortales del papa Francisco, ni arrodillarse o persignarse y quedarse unos minutos allí, rezando en silencio. Esas personas quedan descolocadas al ver a ese cuerpo inerte, sin vida, de un Papa que si algo tuvo fue vitalidad, entrega total hacia los demás, hasta su último respiro, según vio LA NACION, que pudo acceder a la despedida limitada a unos pocos, y que a partir de este miércoles será masiva.

Jorge Bergoglio yace en un ataúd de madera simple, como él quiso. Está revestido con un paño color bordó. Para que sea visible, está colocado sobre dos tarimas muy sencillas, totalmente distintas de los antiguos catafalcos papales dignos de monarcas que hizo saber que ya no iba a querer. Tampoco quiso el triple ataúd de madera, zinc y roble: no quiso privilegios.

El rito de constatación de muerte del papa Francisco

Así como vivió de Papa en la forma más austera y común posible, quiso una muerte simple, austera. La tarima de abajo es sencilla, de madera, y la de arriba, más pequeña, está revestida con un género del mismo bordó. Ambas están apoyadas sobre una alfombra rectangular que se destaca de los mármoles grises y amarillos del piso de la moderna capilla de Santa Marta.

El bordó parece a tono con la casulla roja con la que vistieron al Papa, que tiene su mitra blanca papal puesta y sus manos entrelazadas a un rosario con cuentas de madera negra. El rostro es muy distinto al que el mundo conoció la noche del 13 de marzo de 2013, cuando Francisco se presentó con un informal “buonasera”: está cerúleo, deshinchado, con los ojos cerrados y una expresión serena. Tiene un hematoma cerca de su ojo izquierdo, producto del derrame cerebral que provocó su muerte.

La despedida a Francisco, en la residencia Santa Marta

Lleva el anillo de plata de arzobispo -que siempre prefirió al anillo del pescador, que debería haber sido destruido- y, en ese escándalo de la normalidad que significó su papado, sus zapatos ortopédicos de cuero negro y cordones que tanto sorprendieron al principio porque tenían las suelas gastadas.

Dos guardias suizos escoltan al féretro, que está detrás del altar donde el Papa solía celebrar sus misas, casar a parejas conocidas, bautizar niños, entre ellos, uno de los hijos de Sergio Sánchez, su cartonero amigo.

Los guardias suizos, con sus coloridos trajes a rayas que la leyenda dice que diseñó Miguel Ángel, están firmes, serios, con sus alabardas en mano. ¿Alguno de ellos dos habrá sido de los que iban a contarle al Papa cómo había salido el partido de San Lorenzo o de la selección argentina durante los mundiales?

La despedida íntima al papa Francisco

Uno de ellos muy joven, de anteojos, aunque trata de no inmutarse, parece un poco perturbado cuando una persona rompe en llanto. No es la única. En el desfile que comenzó el lunes por la noche de empleados del Vaticano y personas cercanas a esta capilla ardiente solemne pero sencilla a la vez, hay muchos que se quiebran ante el féretro, como ha sido el caso Laura Mattarella, la hija del presidente italiano, Sergio Mattarella, de 83 años, que siempre fue muy cercano al Papa Francisco.

A la izquierda del féretro hay un cirio prendido sobre un antiguo candelabro. Los gendarmes controlan el flujo de personas: con gestos, indican quiénes tienen que avanzar en fila para acercarse al féretro y despedirse y quiénes deben detenerse y esperar, en silencio. En la entrada advierten que está absolutamente prohibido sacar fotos o videos. Pero a nadie le interesa eso, lo que importa es decirle adiós a un grande.

Algunos van dejando ramos de flores: se ven dos grandes girasoles amarillos, aunque la mayoría son rosas blancas, las que amaba el papa Francisco, devoto de santa Teresita de Lisieux. “Cuando tengo un problema le pido a la santa no que lo resuelva por mí, sino que lo tome en sus manos y me ayude a aceptarlo. Y como señal, siempre recibo una rosa blanca”, solía explicar.

Francisco lleva el anillo de plata de arzobispo

Un gendarme cada tanto recolecta los ramos y los pone en unos floreros apoyados sobre una pared cercana a la sacristía. El féretro vuelve a quedar despojado.

Entre las personas que ingresan hay algunos de traje y corbata, muy elegantes, pero también muchos de jeans y zapatillas, vestidos con ropa de trabajo o de uniforme. Hay ujieres, jardineros, obreros, sacerdotes, monjas de diversas congregaciones, un obispo ortodoxo, una persona con muletas, familias que llegan con niños en brazos.

Hay quien se queda mucho tiempo sentado en las sillas de terciopelo beige, rezando, acompañando. Tal como anunció el Vaticano, el féretro será trasladado este miércoles a la Basílica de San Pedro, donde será expuesto al pueblo de Dios hasta el viernes a las 19. Al día siguiente se celebrará el funeral solemne de Francisco en la Plaza de San Pedro. De allí, tal como quiso será llevado a la Basílica de Santa María la Mayor, donde será sepultado.

En las filas de atrás está, casi mimetizado entre otras personas porque lo suyo siempre fue el perfil bajo, el joven sacerdote argentino Juan Cruz Villalón, uno de los secretarios privados de Francisco, a quien acompañó hasta el final cuan ángel de la guarda, junto a sus enfermeros y otros asistentes.

Francisco pidió un ataúd de madera para su funeral

Inolvidable quedará para muchos la imagen de Juan Cruz acomodándole con un cariño infinito las cánulas nasales a Francisco en su primera aparición pública en la Plaza de San Pedro después de la internación, al final de la misa del Jubileo de los Enfermos; o hablándole a los oídos en su última vuelta en papamóvil, su despedida, el domingo pasado.

Unas filas más adelante está Emilce Cuda, la teóloga argentina que mejor supo leer a Francisco, que en febrero de 2022 se convirtió en la primera mujer que llegó al cargo dirigencial de secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina. Vestida de riguroso negro, tiene los ojos hinchados de lágrimas. Como la mayoría, está consternada, se siente huérfana. Y está helada porque en la capilla ardiente de Santa Marta hace mucho frío.

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí